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Relatos y vermú, ingenio y buena compañía

El mundillo literario zaragozano es amplio y variado, MUY amplio y variado, y cada semana organiza una cantidad de eventos inasumible a poco que tengas la agenda cargada. Con semejante actividad es inevitable que algunos de esos acontecimientos sean un churro. Por eso yo, que selecciono con meticulosidad en qué invierto mi tiempo libre, acudo con algo de miedo a estos saraos. Nunca se sabe con qué te vas a encontrar. Por suerte, el Vermú Literario que se celebró el pasado domingo 4 en el café – librería Dídola de Zaragoza, fue uno de esos que me anima a seguir acudiendo a este tipo de celebraciones. Una forma divertida, entrañable e incluso formativa de acabar la semana antes de tener que asumir la inevitable vuelta al tajo del lunes. 

La premisa me atrajo desde que la leí en las redes sociales del perfil que lo organizaba. “Un micro abierto de narrativa. Ni comedia, ni poesía, sino relatos”, decían en el vídeo de presentación. Con todo el respeto que les tengo tanto a la comedia como a la poesía, ya tenía ganas de que hubiese un espacio para los relatos cortos, un género con poca difusión y desprestigiado que, sin embargo, tiene un enorme potencial. Ese texto breve que las personas que escribimos a menudo usamos para experimentar, probar argumentos, personajes o escenarios, o que trabajamos para hacer cierto aquello de que menos es más. Hay historias que no precisan de una larga novela para desarrollarse en plenitud.

El café Dídola es uno de mis lugares favoritos de la ciudad. Los libros pueblan cada esquina. La literatura llega hasta los baños, donde cada puerta está decorada con una cita de un clásico. Comida sabrosa y una terraza bien agradable, en cuanto la primavera aleja nieblas y cierzos, completan los atractivos del bar. Bajo el nivel de calle tienen una sala en la que se hacen presentaciones, recitales, charlas, talleres y actividades del estilo. Nada más entrar, al ir a pedir, me topé con un compañero de un club de lectura, lo que me dio la primera buena sensación. Al bajar las escaleras me encontré con un público variopinto. Abundante juventud, alguno de los que no se pierden una, veteranos de las letras, curiosos y, en general, un ambiente bastante grato. Incluso cuando tuvimos que comprimirnos todos para dar cabida a los que se habían quedado en la escalera, de pie y asomándose como buenamente podían. Para que luego digan que la literatura no interesa y que el mundo del libro está fatal.

Se presentó el acto y a la gente que lo organizaba y, sin más prolegómenos, se pasó a lo que íbamos: a leer. Dos turnos de cinco relatos. Los hubo con su puntico de humor, algo típico del formato, sin que fuesen cargantes y sin tirar de topicazos. Otros de corte más serio. Se coló algo de poesía, tanto propia como de préstamo. Hubo risa y reflexión, amor y odio, angustia, venganza, liberación. Y mucho, mucho ingenio. Pude anotar en mi libreta mental – la de verdad no salió del bolsillo por las apreturas y algo de vergüenza – unas cuantas ideas de cara a mis propios escritos. Nunca te vas de un sitio así sin aprender. Es difícil juzgar a un autor por un solo escrito, pero muchos de los que pasaron por el micro daban muestras de tener mucho talento que desarrollar y apenas tenían publicaciones.

Pese a tratarse de un bar, el respeto a quien leía era absoluto. Falló el sonido desde el primer momento pero, en cuanto quien fuese pronunciaba la primera palabra, solo se podía oír en la sala un ocasional tintineo de las tazas y vasos con los platos. No hacía falta electrónica para disfrutar de las lecturas. Entre las locuciones, se notaba en ocasiones la vergüenza de quien no tiene costumbre de leer en público, el temor de todo escritor al momento en el que su obra toma vida en mentes ajenas. “No somos actores, al fin y al cabo”, me decía mientras temblaba con la sola idea de tener que leer algo mío a un auditorio tan numeroso. 

No compré nada, he de confesar, de la mesa que pusieron con algunas obras de quienes leyeron. Pero es algo temporal y producto de las dificultades económicas propias de estos meses. De la siguiente convocatoria, no me escapo sin pasar por caja. A alguno ya le he echado el ojo y es probable que lo compre mucho antes, ahora que ya he cobrado.

Acabó este primer vermú literario y marché para casa con el buen gusto de una entretenida mañana pasada entre letraheridos, con ganas de leer y escribir, sintiéndome afortunado de compartir ciudad con tanto arte y esperando la siguiente sesión que anunciaron que no tardaría mucho. Si nada me lo impide, allí estaré, sediento de cerveza y relatos.


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